07 septiembre, 2010

Versos


Y llegó Sandra. Mi bella Sandra. Y lo hizo tal y como la recordaba, con la mejor y más tierna de las sonrisas. Traía regalos para los dos, no me extrañé. El frío aeropuerto se volvió cálido. Santiago de Chile se abrió para nosotros de par en par de su mano. La recorrimos sin prisas. Comimos pescado en el Mercado Central, tomamos café en el Paseo Ahumada, bebimos Pisco sour, charlamos, reimos, fumamos. Fumamos mucho, como queriendo apurar hasta la última calada por si no habia una nueva ocasión. Eran mis dos últimos dias de fumadora y quizás la última vez en la que pudiera disfrutar de la compañia de la dulce Sandra. Me gustaría que no fuera así pero sin duda lo que un día nos unió hoy nos separa.
Chile nos recibió con los coletazos finales de su invierno. Ese país que un día vió llorar a Amanda por la ausencia de Miguel a la salida de la fábrica en la potente y desgarrada voz de Victor Jara. El mismo que acogió a muchos españoles salvándolos del hacha franquista. La que se recreó en las voces de Quilapayun para que fueran cronistas de las injusticias a través de la ternura de su música. Esa misma que vio como asesinaban a su presidente y hoy presume de su apellido gracias a las bellas historias de Isabel. Y sobre todo y por encima de todo la que vio nacer al hombre capaz de llenarnos el alma de letras. Ese que consiguió que todos conocieramos el significado de la palabra "chascona" sin ser chilenos. Ese que sin ser capitán escribió sus versos y vivió en barcos varados en tierra. El que hizo de Isla Negra la mayor de las claridades. El que dibujo como nadie la realidad de todo un continente.
Pablo Neruda llegó a mi vida cuando yo tenia 19 años. "Navegaciones y regresos" fue mi regalo de navidad comprado con prisas en una gasolinera. Miré aquel libro con tanto deseo que mi tio Domingo no pudo negarse a comprarlo. Se abria así una puerta que hoy lejos de cerrarse me lleva a otras tantas abiertas de par en par y con olor y sabor a mar.
Fue la primera de las paradas de una vuelta al mundo que nos llevó a muchos otros destinos, pero esta primera parada estuvo llena de intimidad. Un regalo que necesitaba después de tantas navegaciones y regresos propios. La emoción no siempre fue contenida, pero siempre encontré la mano firme y cálida de quien nunca me deja caer, mi querido Antonio. Gracias por elegir un destino necesario.
Gracias galla, siempre nos quedará Isla Negra e intentaremos que los versos comunes no sean los más tristes... o si.